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Exhibition Ensayos en rojo neón

 

"Encandilada mar, emblemas incandescentes"

Text: Manuel Neves, 2012

En una fotografía vemos a Valentina Torrado de espalda frente a una de sus obras recientes. La artista es captada en el instante que detiene su marcha frente a la misma, quizás después de la recorrida de su atelier al final de una jornada de trabajo. La obra parece absorber, atrapar la figura absorta de la artista que se abandona en su pensamiento.

Esta imagen sintetiza de forma general las estrategias y el alcance de la obra reciente, como también sus efectos. Es decir frente a estas pinturas, que representan el mar, nuestra atención es rápidamente capturada. Una extraña y contradictoria sensación nos invade. Nuestra mirada encandilada, casi hipnotizada por el rojo neón que construye la imagen, recorre la superficie de la obra, que no logra detenerse en ningún punto. Nos sentimos relajados, transportados, la imagen nos parece conocida y un recuerdo comienza a tomar forma en nuestra mente, pero ese recuerdo nunca llega, no nos sentimos frustrados, más bien abandonados en una sensación de fría voluptuosidad. Dos elementos interrelacionados que se encuentran en la serie de obras llamadas genéricamente ENSAYOS EN ROJO NEON parecen los responsables de esta experiencia, que podríamos entender como puramente perceptiva, el artificial color rojo y la imagen universal del mar.

Pero como veremos la elección y la puesta en acción de los mismos, no sólo intentan instaurar un juego sensible para captar la atención, más bien propiciar un acontecimiento que desde esa operativa perceptiva intenta activar en el espectador sentimientos y sensaciones como también cierta reflexiones sobre el recuerdo y la memoria, los afectos y el desarraigo, la identidad cultural y el nomadismo.Vivir en Montevideo –donde la artista nació y se formó- es mantener una estrecha relación con el mar, aunque en realidad sólo sea el Río de la Plata. La particular geografía de la costa, que proyecta nuestra mirada en el espacio interminable del horizonte, ha formado no sólo nuestra memoria afectiva sino conformado nuestra identidad cultural, en tanto espacio de subjetividad común. Un espacio de esparcimiento, encuentro y interacción humana, donde la cultura urbana cede ante la experiencia atávica de la naturaleza, un espacio simbólico de libertad.

 

La artista hace algunos años vive en Berlín, esta dinámica y cosmopolita ciudad, al igual que la mayoría de las capitales europeas, no tiene salida al mar, ni espacios de fluviales importantes, aparte de los ríos que la atraviesan. Representar el mar es de alguna forma representar la identidad montevideana. Pero al mismo tiempo la artista parece decirnos, en su reciente instalación Thinking of Home (pensar en casa) presentada en la galería berlinesa Smallspace, el recuerdo del hogar. En el espacio vacío de la galería se presentaba a modo de pantalla, una pintura de gran formato perteneciente a esta serie. Se podría decir, que la artista construye emblemas visuales de su identidad y que las mismas estan íntimamente relacionadas con su memoria. Pero tanto la imagen del mar como el rojo artificial con que están pintadas -que si miramos con atención durante un tiempo termina irritando nuestra vista- no produce en el espectador sentimiento alguno de nostalgia ni de pertenencia, más bien, la sensación del no lugar que produce la experiencia de lo bello y de lo sublime. Entonces esa fría voluptuosidad, que nos invade al observar estas obras y que se complementa con la agresión que sufren los ojos, parece sugerir más que la práctica del recuerdo, un rescate de la estética –si es que la misma puede existir en la contemporaneidad- es decir, la experiencia de lo bello, de lo sublime o ambas. Para Kant, lo bello es lo que agrada universalmente sin concepto, lo sublime en cambio, es lo absolutamente grande, en relación con todo lo otro pequeño. En la tradición del paisaje, que podríamos decir, muere con Cezanne y que tiene como punto álgido la pintura romántica alemana de principios del siglo XIX y en el romanticismo en general, la experiencia de lo sublime es en la cual el hombre es aplastado por la presencia de la naturaleza, se diferencia entonces de la experiencia de lo bello por su desmesura, desnudando así nuestra pequeñez, nuestra fragilidad.Se podría establecer una relación con el contexto berlinés en que fue producida esta obra, donde se encuentra lo mejor de la pintura romántica en la colección del Altes Museum. Pero esta sería dudosa no sólo por lo totalmente anacrónico de la misma, sino porque lo que la artista intenta instaurar es una experiencia contemporánea, no un juego posmoderno de apropiación.

 

En ese sentido, estas obras parecen decirnos que esa experiencia en nuestra contemporaneidad es lo suficientemente mediada, ya que se presenta ante nosotros como signo –el mar, el color rojo- como un juego de seducción y rechazo. Entonces, esa identidad está siempre mediada por ese signo y por nuestra subjetividad que lo decodifica, no siendo algo suspendido, sino en permanente construcción.Pero esos emblemas de identidad, no pueden renunciar a esa experiencia de lo bello, de lo sublime –un grupo de obras de esta serie tienen como título Oh, la la, la intraducible expresión francesa de sorpresa y admiración, esa experiencia entonces intentan ser un eco de la experiencia vehemente, atávica del mar que construyó la identidad y la subjetividad de la artista. Dice el filósofo Comte-Sponville: No existe belleza objetiva o absoluta; sólo el placer de percibir y la alegría de admirar. Entonces podemos entender esta acción –el arte contemporáneo siempre es acción- como un acto de supervivencia, como un modesto acto de resistencia a la identidad globalizada, al anonimato del pensamiento, al olvido de la subjetividad.

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